"Sobre lectores y lecturas, y desaparecidos"
En esta ocasión, la mención es sobre aquellos viajes urbanos que me veo obligada a realizar debido a la lejanía de mi lugar de trabajo con respecto a mi hogar.
Estos viajes obligados se presentan en un sinfin de personas y no todos logran disfrutar- sí, leyó bien, disfrutar- del placer del viaje urbano.
En medio de piquetes, horarios fijos, lluvia, frío y calor se presenta el ejercicio inigualable de la pluma atenta a las vicisitudes cotidianas, a esas cosas, que según declaraba el zorro al principito, son invisibles a los ojos. Agregaría yo, a los ojos de los demás...
En este marco de acontecimientos usuales y cotidianos, podemos desplegar nuestra imaginación, nuestro pensamiento, nuestra escritura, como en mi caso, para desalienarnos del sopor, tenor, ardor, del día a día.
Lejos de MP3, MP4, anteojos oscuros y celular enchufado al oído, la percepción se vuelve más clara, más diáfana y nos encontramos con una especie de "semiología urbana", como diría Roland Barthes, que nos hace leer signos todo el tiempo y que solo hay que saber interpretar.
A colación de esto, hoy traigo una nueva de mis instantes de Buenos Aires. Una de lectores y de lecturas; y que refiere a las lecturas de las miradas y a la casi complicidad espontánea que se produce en el diálogo entre dos extraños en el colectivo.
En mi caso en particular, en el 84.
Hace una semana, viajaba apurada en dicho colectivo, absorta en mis preocupaciones literarias, sumida en el tedio que ocasionaba a Brausen, protagonista de La vida breve de Juan Carlos Onetti, la ciudad de Buenos Aires, preocupada por descifrar la representación de la ciudad en esa novela, cuando el hombre que se sentaba a mi lado, me indagó, luego de dejar de leer momentáneamente una noticia en El argentino.
- Disculpame- interrumpió. -¿Qué leés?
-La vida breve, de Onetti- respondí, mientras le mostraba la tapa del libro.
- Ah, sí, sí- me dijo.
Tuve ganas de preguntar por qué me preguntaba pero enseguida agregó: - ¿Qué tenés que hacer? ¿algún estudio? ¿Estás haciendo un análisis de la obra?
-Una monografía- respondí. Iba a agregar más detalles como que no era solamente un trabajo con esa sola novela, etc.... pero de nuevo me vi interesada en satisfacer mi curiosidad por su curiosidad:
-¿La leyó?- Sí, sí. Muy buena- Me dijo, y automáticamente volvió a interrogarme: -¿para qué?, ¿vos estudiás dónde?
-Licenciatura en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras en la UBA - respondí.
-Ah, sí. Aceptó positivamente mi respuesta, como si fuera la llave que habría paso a sus secretos.
- Hay un escritor secuestrado durante la dictadura.... ¿Leíste a Haroldo Conti?
- Muy poco, hace mucho.
-Tenés que leerlo. Te recomiendo que leas "Todos los veranos". Yo lamentablemente no lo pude conocer. No lo llegué a ver. Él estuvo secuestrado en el mismo lugar que yo. Yo caí un mes después, y lamentablemente no lo pude ver, pero me dijeron que en los últimos tiempos estaba irreconocible, que tenía la cara así, desfigurada...
Y después bue...
Un silencio se hizo en él.
Yo no podía creer lo que este Instante de Buenos Aires me estaba deparando. Un encuentro muy especial, un encuentro con un sobreviviente de un centro clandestino de detención durante la última dictadura. Alguien que me había indagado sobre dónde estudiaba, como si eso, hubiese sido lo que posibilitaba el relato.
Yo era y soy de Filo, lugar donde también muchos compañeros y docentes fueron desaparecidos... Eso bastaba para saber que podía contarme.
Tenía tantas preguntas y tanta curiosidad por hablar con él, pero a la vez me paralizaba la idea de saber que él había vivido eso y me lo contaba con la tranquilidad que solo otorga saber que se ha despertado de la pesadilla...
Tenía tantas cosas que quería decirle...
-Bueno, no te entretengo más, me dijo. Pero tenés que leerlo. Seguí leyendo- me dijo y se volvió a enfrascar en su diario...