Desde que tuve uso de razón, sé que él siempre creció junto a su fiel e incondicional amigo: un añoso y frondozo gomero.
Inseparables, pasaban horas confesándose sus errores diarios; él le leía mentalmente sus poesías y hasta en ocasiones lloraba sus dolores sentimentales.
Nunca nadie pudo llegar a comparársele, jamás, ninguna persona podría reemplazarlo. Él era su vida, al punto tal, que en la época que enfermó de viruela, casi murió de tristeza por no poder sentir el calor de aquel cuerpo humano, única compañía que le respetaba y escuchaba.
Inseparables, pasaban horas confesándose sus errores diarios; él le leía mentalmente sus poesías y hasta en ocasiones lloraba sus dolores sentimentales.
Nunca nadie pudo llegar a comparársele, jamás, ninguna persona podría reemplazarlo. Él era su vida, al punto tal, que en la época que enfermó de viruela, casi murió de tristeza por no poder sentir el calor de aquel cuerpo humano, única compañía que le respetaba y escuchaba.
Pero como todo en la vida termina, el día menos pensado tuvieron que despedirse.
Partió lejos del gomero y de su patria.
Nuevos y extensos vientos surcaron su rostro en el viejo continente. Al compás de otra lengua, aprendió a valerse por sí mismo, a olvidarse poco a poco de los malos tiempos, de los recuerdos añorados y hasta de sus principios.
Sin embargo, pasado un tiempo, los éxitos se convirtieron en fracasos, los amigos en desconocidos, y los amores, fugaces, volaron a otros brazos más fuertes y más sólidos.
Él, que siempre había jurado no olvidar sus orígenes, sintió como la vida le daba una lección: ahogado en la profundas tinieblas, debía regresar a Buenos Aires, de donde había partido para no volver.
Un amargo sabor recorría sus venas, el orgullo herido recalaba en sus huesos y la humillación de regresar con las manos vacías le calcinaba la cabeza.
Al aterrizar, súbitamente recordó a su viejo amigo, y lleno de alegría entonces, corrió hasta su casa para abrazar a aquel que siempre lo había escuchado...
Con desesperación cruzó los portales de la casa, y con el pecho compungido por un dolor desgarrador, observó un viejo tronco seco que yacía en el lugar donde tantas tardes había sido feliz.
El gomero había muerto y junto a él, también, su compañero.
2 comentarios:
qué tristes cosas escribís...
al menos pudo hacerse una goma azul y roja, esas de las dos banderitas?
digo, para borrar las penas...
La verdad, no lo sé, en una de esas, se hizo varias y se dedicó a la exportación de gomas... Quien sabe...
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