Bienvenidos a Trazos de Letras

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

El Gomero



Desde que tuve uso de razón, sé que él siempre creció junto a su fiel e incondicional amigo: un añoso y frondozo gomero.
Inseparables, pasaban horas confesándose sus errores diarios; él le leía mentalmente sus poesías y hasta en ocasiones lloraba sus dolores sentimentales.
Nunca nadie pudo llegar a comparársele, jamás, ninguna persona podría reemplazarlo. Él era su vida, al punto tal, que en la época que enfermó de viruela, casi murió de tristeza por no poder sentir el calor de aquel cuerpo humano, única compañía que le respetaba y escuchaba.


Pero como todo en la vida termina, el día menos pensado tuvieron que despedirse.


Partió lejos del gomero y de su patria.


Nuevos y extensos vientos surcaron su rostro en el viejo continente. Al compás de otra lengua, aprendió a valerse por sí mismo, a olvidarse poco a poco de los malos tiempos, de los recuerdos añorados y hasta de sus principios.


El bon vivant de París producía estrépito en su alma, no necesita más para ser feliz.


Sin embargo, pasado un tiempo, los éxitos se convirtieron en fracasos, los amigos en desconocidos, y los amores, fugaces, volaron a otros brazos más fuertes y más sólidos.


Él, que siempre había jurado no olvidar sus orígenes, sintió como la vida le daba una lección: ahogado en la profundas tinieblas, debía regresar a Buenos Aires, de donde había partido para no volver.


Un amargo sabor recorría sus venas, el orgullo herido recalaba en sus huesos y la humillación de regresar con las manos vacías le calcinaba la cabeza.


Al aterrizar, súbitamente recordó a su viejo amigo, y lleno de alegría entonces, corrió hasta su casa para abrazar a aquel que siempre lo había escuchado...


Con desesperación cruzó los portales de la casa, y con el pecho compungido por un dolor desgarrador, observó un viejo tronco seco que yacía en el lugar donde tantas tardes había sido feliz.


El gomero había muerto y junto a él, también, su compañero.

El jarrón de la tía Eulalia


Bajo la gris mañana bonaerense, brilla uno de los tantos conventillos del barrio de Dock Sud. Su aspecto, trasciende los años y se ubica en una de las innumerables esquinas que pueblan el lugar...
Pero aquella casona, de cuatro habitaciones, con chapones oxidados y ventanas con mosquitero verde, es más que una precaria construcción donde en alguna época, hoy lejana, habitaron los inmigrantes europeos.
Porque en uno de sus cuartos vive ella, mi tía Eulalia, la que no ha cambiado desde que llegó de Italia, la que se niega a abandonar su lengua natal, y a la que únicamante comprendo, cuando quiere hacerse entender.
La quiero entrañablemente, y aunque muchas veces la hice rabiar, sabe que nunca haría algo que la lastimara.
-Los tiempos han cambiado mucho, querido - solía decirme cuando la inflación trepaba a las nubes.
-La vida es otra, pero todavía se puede, y hay que seguir.
Estos consejos calmaban mi angustia y me hacían pensar que si ella pudo una vez superar tantos obstáculos, yo también tenía que poder...
Y tenía tanta razón: "Los tiempos cambiaron", nada es lo que era, ni siquiera ella, aquella mujer valerosa que arremetió contra el hambre, la guerra y la tristeza: Hoy, no es la que fue.
Ahora está enferma, casi no come y llora mucho.Extraña su Italia, extraña su juventud y sobre todo, la presencia de mi tío.-La vida es otra- dice, pero ya no agrega a su frase, el "todavía se puede". Porque no alcanza la plata. Porque los impuestos atrasados nos están comiendo el hígado de a poco...
Por mi parte, hago lo que puedo, y aun así, en vano.Mi tía no deja de mirar el único recuerdo que le quedó de su vieja Calabria: Un jarrón. El jarrón que guarda los secretos de su vida. Solo él es capaz de sacarle una leve sonrisa cuando sabe que la situación cada día es peor.
Hace una semana, me ha pedido que lo cambie de su cuarto al comedor, porque no soporta la idea de despegarse un momento de su añorable pasado.
Por suerte ya casi no llora, ha reemplazado sus lágrimas por la observación minuciosa y meláncolica de aquel objeto de porcelana... Aunque pensándolo bien, no sé qué es peor.
Hoy comienza un nuevo mes y con él, las penurias.
La tía Eulalia no se lamenta más, tampoco habla. Sabe que mañana vence la hipoteca, aunque no se lo hayan dicho. Sabe que es el fin, y que ni yo, ni nadie, sabe qué diablos haremos ahora.
Trato de calmarme delante de ella, pero a su mirada no puedo mentirle... Baja su mirada, mira al jarrón, y se enfrasca por última vez en el mundo de sus recuerdos.